En el río Columbia, cerca de Vantage,
Wahington, pescábamos corégonos
en los meses de invierno; mi padre, el Sueco...
-el señor Lindgren- y yo. Ellos utilizaban carretes de cintura,
plomadas largas como lápices, anzuelos rojos,
amarillos, pardos cebados con gusanos.
Querían guardar distancia, y se iban hasta el borde de los rápidos.
Yo pescaba cerca de la orilla, con caña y cebo de pluma.
Mi padre mantenía las larvas vivas y calientes
bajo el labio inferior. El señor Lindgren no bebía.
Durante un tiempo me gustó más que mi padre.
Me dejaba conducir su coche, me tomaba el pelo
con mi nombre Junior, y decía
que un día me haría un hombre hecho y derecho,
acuérdate de lo que te digo, y pescaría con mi propio hijo.
Pero mi padre tenia razón. Quiero decir
que se quedaba en silencio y miraba el río,
y movía la lengua, como un pensamiento, detrás de la carnada.